lunes, 12 de mayo de 2014

Una de miedo...

Continuamos con el análisis de Don Álvaro o la fuerza del sino. Recordamos la edición utilizada para el comentario;

DE RIVAS, Duque. Don Álvaro o la fuerza del sino. 25ª ed. de Alberto Sánchez. Madrid, España. CATEDRA Letras Hispánicas. 2003. [págs. 111-115] ISBN: 84-376-0057-X

Hoy trataremos el satanismo de don Álvaro y el de don Alfonso que conducen al desenlace de la obra. Concretamente, nos situamos en la Jornada quinta; adjuntaré cada fragmento correspondiente de Estudio 1 a este episodio en concreto. 

La Jornada quinta comienza con una acotación en la que ya empienzan a aparecer elementos celestiales que más adelante se contrapondrán al satanismo de don Álvaro. 

«La escena se desarrolla en el convento de los Ángeles y sus alrededores»


En las dos primeras escenas, somos testigos de cómo el Padre Guardián y el Hermano Melitón, reparten la comida entre los pobres. Tras una breve disertación entre ambos, suena la campanilla de la entrada y ambos se sobresaltan, creyendo que la llamada se trata de más pobres pidiendo limosna. Al abrir el portón, el Hermano Melitón se encuentra con don Alfonso, embozado y vestido de monte, cuyos modos son bruscos y acelerados.



 Este señor, busca al Padre Rafael, y la sensación que le transmite al Hermano es de miedo e intranquilidad, como vemos en los apartes y en las diferentes acotaciones.



HERMANO MELITÓN (Con miedo.)

[...] El otro es...

DON ALFONSO

El del infierno.

Aquí aparece ya la primera mención de un elemento satánico como es el infierno. Ésto sobresalta aún más al Hermano, que incluso comenta:

HERMANO MELITÓN (Yéndose hacia la escalera muy lentamente, dice aparte.)

¡Caramba!... ¡Qué raro gesto!
Me da malísima espina
y me huele a chamusquina...


En la escena IV pasamos a un espacio más reducido. El "Padre Rafael" se encuentra en el interior de una celda de franciscano arrodillado, en actitud de profunda oración mental.


Sobre la mesa, descansa una calavera.


Tras descubrirse ambas personalidades, don Alfonso comienza una serie de provocaciones hacia don Álvaro, éste le pide disculpas dado que se considera una nueva persona tras pasar por la orden franciscana.

DON ÁLVARO

[...] Respetad este vestido,
compadeced mis angustias
y perdonad generoso
ofensas que están en duda.
(Con gran emoción.)
¡Sí, hermano, hermano!


Llegados a este punto, don Alfonso le recrimina la hermana que perdió por su culpa, es en este momento cuando don Álvaro comienza a enloquecer y a volverse cada vez más oscuro.

DON ÁLVARO

¿De nuevo el triunfo asegura
el infierno, y se desploma
mi alma en su sima profunda?
¡Misericordia!

Don Alfonso le alcanza una espada para comenzar un duelo, más él rehúsa la proposición escudándose en Dios.

DON ÁLVARO (Retirándose.)

No, que aún fortaleza
para resistir la lucha
de las mundanas pasiones
me da Dios con bondad suma.

Don Alfonso, que pretende llevar el duelo acabo, sigue insistiendo y buscando pretextos para desatar la furia de don Álvaro. Da en el clavo cuando le dice que su escudo lleva una mancha, ya que él es mulato.


DON ALFONSO (Con desprecio.)

Un caballero
no hace tal infamia nunca.
Quien sois bien claro publica
vuestra actitud, y la inmunda
mancha que hay en vuestro escudo

DON ÁLVARO (Levantándose con furor.)

¿Mancha?...¿Y cuál?... ¿Cuál?...

DON ALFONSO

¿Os asusta?

DON ÁLVARO

Mi escudo es como el sol limpio,
como el sol.

DON ALFONSO

¿Y no lo anubla
ningún cuartel de mulato?
¿De sangre mezclada, impura?

DON ÁLVARO (Fuera de sí.)

¡Vos mentís, mentís, infame!
Venga el acero; mi furia
(Toca el pomo de una de las espadas.)
os arrancará la lengua
que mi clara estirpe insulta.
Vamos.



DON ALFONSO

Vamos.

DON ÁLVARO (Reportándose.)

No..., no triunfa
tampoco con esta infustria
de mi constancia el infierno.
Retiraos, señor.

DON ALFONSO (Furioso.)

¿Te burlas 
de mí, inicuo? Pues cobarde
combatir conmigo excusas, 
no excusarás mi venganza.
Me basta la afrenta tuya.
Toma.
(Le da una bofetada.)

DON ÁLVARO (Furioso y recobrando toda su energía.)

¿Qué hiciste?...¡Insensato!
Ya tu sentencia es segura:
Hora es de muerte, de muerte.
El infierno me confunda.
(Salen ambos precipitados.)


Vemos cómo en el interior de don Álvaro va creciendo el mal. Cuando su sensibilidad se ve trastocada por las palabras de don Alfonso, no duda en utilizar la espada para acabar con tales viles palabras. En todo momento durante esta conversación, observamos cómo don Álvaro se encuentra en un territorio de arenas movedizas respecto al mal. Por un lado quiere vengarse de don Alfonso por sus falacias mientras que por otro es consciente de que todo aquello son malas acciones que no serán bien vistas por los ojos de Dios. Cada vez aumenta el número de menciones a elementos satánicos como el infierno o el asesinato. Además, la escena cada vez transcurre más rápido, lo que nos va precipitando hacia el desenlace trágico de la obra.



En la escena VII, ambos caballeros están saliendo del convento cuando se encuentran al Hermano Melitón. Éste, asustado por esta precipitación de los hechos y la tormenta que se está avecinando, le pregunta al "Padre Rafael" hacia dónde se dirigen, es entonces cuando don Álvaro bajo su disfraz, le responde:



DON ÁLVARO (Saliendo con don Alfonso.)

¡Voy al infierno!

Es entonces, cuando el Hermano Melitón reflexiona sobre este viaje al infierno.

HERMANO MELITÓN

¡Al infierno!... ¡Buen viaje!
También que era del infierno
dijo, para mi gobierno,
aquel nuevo personaje.
¡Jesús, y qué caras tan...!
Me temo que mis sospechas
han de quedar satisfechas.

[...]

¡Hola..., hermanos..., hola!... ¡Digo!
No lleguen al paredón,
miren que hay excomunión
que Dios les va a dar castigo.

[...]

Con el santo penitente
sin duda van a cargar.
¡El padre, el padre Rafael!...
Si quien piensa mal, acierta.
Atrancaré bien la puerta...


Pues tengo un miedo cruel.
Un olorcillo han dejado
de azufre...


El Hermano Melitón parece haberse dado cuenta de las intenciones de ambos e intenta advertirles sobre el castigo divino que puede acontecerles si continúan con su decisión. Al final de su monólogo, menciona que han dejado un «olorcillo de azufre», que curiosamente es el olor que se le atribuye popularmente a los demonios.

Da comienzo una encarnizada batalla verbal entre ambos, en la que don Alfonso pretende a toda costa herir el honor de don Álvaro que se siente apesadumbrado:


DON ÁLVARO



Hombre, fantasma o demonio

que ha tomado humana carne
para hundirme en los infiernos,
para perderme... ¿qué sabes?

Don Alfonso comienza a narrar la terrible historia que rodea el nacimiento de don Álvaro, lo que desata aún más la ira de éste. Ambos pretenden darse muerte y se van transformando en seres más diabólicos cuyo único fin es la muerte del rival.

DON ALFONSO

[...] Y si, por ser mi destino,
consiguieses el matarme,
quiero allá en tu aleve pecho
todo un infierno dejarte.

Don Alfonso se encuentra en un punto en el que sólo busca el sufrimiento de don Álvaro. Éste comienza a sentirse confuso y delirante y sus declamaciones se vuelven cada vez más satánicas.

DON ÁLVARO (Volviendo al furor.)

¿Eres monstruo del infierno,
prodigio de atrocidades?

[...]

¡Muerte y exterminio! ¡Muerte 
para los dos! Yo matarme
sabré, en teniendo el consuelo
de beber tu inicua sangre.

Don Álvaro pretende acabar con su enemigo tras todo lo que le ha revelado y declara que como consuelo, beberá su sangre traidora. Esto resulta verdaderamente satánico, son muchas las culturas que desde tiempos remotos consumen la sangre de sus enemigos como venganza, o como por ejemplo en la antigua Grecia, el pueblo se lanzaba al anfiteatro para beber la sangre de los gladiadores moribundos para así obtener su fuerza [Aquí pueden encontrar un estudio pormenorizado sobre la importancia de la sangre a lo largo de la historia] Don Álvaro asegura que lo hará para su consuelo propio, pero resulta bastante macabro.
Cada vez nos adentramos más en esta situación tan trágica, cuyo desenlace se hace cada vez más visible a través de las palabras de los protagonistas. Cuando finalmente, don Álvaro hiere a don Alfonso y éste le pide confesión, don Álvaro se da cuenta de lo que ha venido haciendo durante esta escena y recapacita:

DON ÁLVARO (Suelta la espada y queda como petrificado.)

¡Cielos!... ¡Dios mío! ¡Santa Madre de los Ángeles!... ¡Mis manos
tintas en sangre..., en sangre de Vargas!...

[...]

(Aterrado)
¡No, yo no soy más que un réprobo
presa infeliz del demonio! Mis palabras sacrílegas aumentarían vuestra condenación.
Estoy manchado de sangre, estoy
irregular...: Pedid a Dios misericordia... Y... Esperad...,
cerca vive un santo penitente... podrá absolveros...

Don Álvaro consigue pedir ayuda al "santo penitente" y cuál es su sorpresa cuando encuentra a su amada Leonor allí, tan cerca de él. Don Alfonso reconoce la voz de su hermana a lo lejos y la llama. Ella acude rauda a su encuentro y éste haciendo acopio de sus fuerzas, saca un puñal y la asesina. 


Esta escena resulta un tanto patética, ya que Leonor es consciente del odio que suscita en su hermano, la sed de venganza que él tiene y la situación en que todo sucede. Por unos instantes se observa esa lucha interna del principio de la obra en la que se debate entre el amor o la familia y finalmente opta por la familia, para no volver a repetir el error incial. Su hermano termina con su vida cerrando el ciclo de muertes familiares en la obra.

En la escena décima y última, el Duque de Rivas alcanza unas dimensiones sobrecogedoras respecto a la escenografía romántica. Don Álvaro destrozado y fuera de sí es observado por todos los Hermanos mientras se acerca a un precipicio. Cuando el Padre Guardián le llama "Padre Rafael", don Álvaro lanza sus últimas palabras.



DON ÁLVARO (Desde un risco, con sonrisa diabólica, todo convulso, dice.)

Busca, imbécil, al padre Rafael...
Yo soy un enviado del infierno
soy el demonio exterminador...
Huid, miserables.

[...]

¡Infierno, abre tu boca y trágame!
¡Húndase el cielo, perezca la raza humana, exterminio, destrucción...!
(Sube a lo más alto del monte y se precipita.)



La muerte de Leonor demuestra la fuerza del sino, ese sino que no permitía a don Álvaro estar con su amada.

El suicidio, es un tema muy romántico. Acabar este valle de lágrimas que es la vida con el suicidio es la mayor característica del romanticismo, es la mayor evasión. Evasión de la vida que es el fin del sufrimiento y las desdichas. Cuando don Álvaro se suicida reniega de todo lo que había conocido hasta el momento: el amor, la religión, el honor y se arroja a la despreocupación, no le importa ya nada, está confabulado contra el mundo y lo sentencia. Con su suicidio él cree concluir el problema, pero su propia persona es más que un problema y todo eso también es eliminado.

Abundan en esta última parte las exclamaciones, las expresiones entrecortadas, el vocabulario exaltado, propios de ese estilo romántico del que hace gala el Duque de Rivas. Abundan además las exclamaciones «¡desdichado!» y los puntos suspensivos «por fin... si, te hallé... muerta...»

Este final trágico y satánico representa el culmen de la exaltación y el extremo máximo romántico.

El estreno de la obra causó gran conmoción pues estaba dentro de todo el contexto romántico que se estaba desarrollando y que verdaderamente representaba un hecho social, algunos autores y lectores llegaron a suicidarse como cúspide de este movimiento y vivían exaltando los sentimientos por encima de todas las cosas, ahora en una época en que la razón suele dominar es más bien cómico ver la cantidad de “casualidades” que se dan y que nuestra mente racional no considera plausibles.

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