sábado, 10 de mayo de 2014

Una de monólogos

El primer fragmento seleccionado, se encuentra dentro de la obra Don Álvaro o la fuerza del sino. La edición utilizada para el análisis es la siguiente:



DE RIVAS, Duque. Don Álvaro o la fuerza del sino. 25ª ed. de Alberto Sánchez. Madrid, España. CATEDRA Letras Hispánicas. 2003. [págs. 111-115] ISBN: 84-376-0057-X

A continuación, hablaremos sobre el sentimiento que desprende Don Álvaro en el monólogo que lleva a cabo durante la Escena III del Acto Tercero. Aquí pueden ver la parte que corresponde al monólogo en la representación llevada a cabo por Estudio 1, este fragmento ha sido editado por mí aunque se ha extraído de este enlace [mins. 53-57]. 



En primer lugar, la acotación inicial nos traslada "a una selva en una noche muy oscura", en la que el personaje principal, Don Álvaro, aparece al fondo de la escena y vestido de capitán de granaderos, acercándose lentamente y cuya voz demuestra una gran agitación.

Uniforme de capitán 
de granaderos

Esta oscuridad del paisaje conseguida mediante el entorno selvático y la noche cerrada, comienza a transmitirnos cierta sensación de malestar y angustia propio de escenarios tan poco acogedores. La aparición de Don Álvaro solo, al fondo de la escena con los colores tan intensos de los ropajes típicos de capitán de granaderos, simbolizan esa mezcla de emociones que está a punto de desatarse en el interior de éste. 


Una vez presentada la escena, analizaremos el monólogo pieza por pieza, para que no quepa lugar a dudas sobre los diferentes aspectos que se van tratando.

¡Qué carga tan insufrible 
es el ambiente vital
para el mezquino mortal
que nace en sino terrible!

En esta primera afirmación exclamativa, podemos ver cómo Don Álvaro expresa su pesar por el motivo del que se comienza hablando en la obra, su sino. Se desprende la pesadumbre con la que Don Álvaro es consciente de su suerte y destino, de la misma forma en la que se resigna a él y no hace más sino lamentarse.

¡Qué eternidad tan horrible
la breve vida! Este mundo,
¡qué calabozo profundo
para el hombre desdichado
a quien mira el cielo airado
con su ceño furibundo!
Parece, sí, que a medida
que es más dura y más amarga,
más extiende, más alarga
el destino nuestra vida.

A continuación, expresa su inconformidad sobre la eternidad que resulta la vida que llevamos a pesar de su brevedad. Angustiado, está convencido de que el cielo mira airado al hombre desdichado, con su ceño furibundo, destacando de ese modo su convicción acerca de la inamovilidad de las circunstancias y el sino ya previsto para cada uno. Además, refleja la sensación que posee de que cuanto más sufre, más parece el destino alargarle la vida y con ello, el sufrimiento.

Si nos está concedida
sólo para padecer,
y debe muy breve ser
la del feliz, como en pena
de que su objeto no llena,
¡terrible cosa es nacer!
Al que tranquilo, gozoso,
vive entre aplausos y honores,
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso:
cuando es más fuerte y brioso,
la muerte sus dichas huella,
sus venturas atropella

En este punto, reflexiona sobre la duración de una vida feliz, que debería ser breve en comparación con lo larga que resulta una vida de sufrimiento. Se lamenta de lo terrible que resulta nacer, como ya haría Calderón de la Barca en La vida es sueño«... el delito mayor / del hombre es haber nacido»Se compadece además, de aquel que tranquilo, gozoso [...] apura el cáliz sabroso, pues cuando es más fuerte y brioso, la muerte sus dichas huella. Aquí vuelve al tema del destino que arrasa con todo, alargando el sufrimiento y poniendo fin a las alegrías.

y yo, que infelice soy
yo, que buscándola voy,
no puedo encontrar con ella.

En este momento, encauza su monólogo hacia el motivo de éste, su amada Leonor. Comienza lamentándose de su infelicidad que le empuja a buscarla, ya que no puede estar con ella.

Mas ¿cómo la he de obtener,
¡desventurado de mí!,
pues cuando infeliz nací, 
nací para envejecer?
Si aquel día de placer
(que uno sólo he disfrutado),
fortuna hubiese fijado,
¡cuán pronto muerte precoz
con su guadaña feroz mi cuello hubiera segado!

Se reitera el tema del nacimiento dentro de un sino terrible, rodeado de infelicidad en el que este nacimiento supone el inicio del envejecimiento. Vuelve a hacer hincapié en ese destino cruel que seguramente hubiera acabado con su vida si hubiese podido consumar su hazaña el día en el que fue a buscar a Leonor.

Para engalanar mi frente,
allá en la abrasada zona

La palabra resaltada en negrita, hace alusión a la región ecuatorial -Perú- de donde procede don Álvaro, que sirve de precedente para revelar el secreto de su origen.

con la espléndida corona
del imperio de Occidente, 
amor y ambición ardiente
me engendraron de concierto,
pero con tal desacierto,
con tan contraria fortuna, 
que una cárcel fue mi cuna
y fue mi escuela el desierto.
Entre bárbaros crecí,
y en la edad de la razón,
a cumplir la obligación
que un hijo tiene acudí;
mi nombre ocultando, fui
(que es un crimen) a salvar
la vida, y así pagar 
a los que a mí me la dieron,
que un trono soñando vieron
y un cadalso al despertar.

Acaba abrir su interior al lector y es entonces cuando descubrimos su origen iberoamericano, hijo de la corona de Occidente pero cuya fortuna le lleva al desastre y le hace criarse entre bárbaros y vengar su suerte frente a sus padres.

Entonces, risueño un día,
uno sólo, nada más,
me dio el destino, quizás
con intención más impía.
Así en la cárcel sombría 
mete una luz el sayón,
con la tirana intención
de que un punto el preso vea
el horror que lo rodea
en su espantosa mansión.

Comienza aquí a relatar el motivo de su calvario, comparando la aparición de Sevilla y todo lo que esta ciudad conlleva (como veremos más adelante) con el rayo de sol que ilumina la celda para que el preso vea el horror que lo rodea. Dada la expresión inicial, entonces, risueño un día, uno sólo, nada más, me dio el destino, quizás con intención más impía; podríamos decir en un registro un poco más coloquial, que considera este hecho como una gracia del destino, mediante la cual comienza su sufrimiento.

¡¡Sevilla!! ¡¡Guadalquivir!!
¡Cuán atormentáis mi mente!...
!Noche en que vi de repente
mis breves dichas huir!
¡Oh, qué carga es el vivir!
¡Cielos, saciad el furor!...

De nuevo reitera el dolor y el sufrimiento que le produce pensar en la ciudad de Leonor, el calvario que representa vivir e implora a los cielos que le calmen.

Socórreme, mi Leonor,
gala del suelo andaluz,
que ya eres ángel de luz
junto al trono del Señor.

Pide ayuda a Leonor, a la que ya considera fallecida. Resalta la resignación con la que asume por cuenta y riesgo propio, que ya no se encuentra entre los vivos.

                                                Mírame desde tu altura
                                            sin nombre en extraña tierra,
                                               empeñado en una guerra
                                                 por ganar mi sepultura

Le ruega a Leonor (o al destino) que se fije en él, que siendo un extraño en aquella tierra sólo lucha por ganar su sepultura.

¿Qué me importa, por ventura,
que triunfe Carlos o no?  

Este Carlos hace referencia a Carlos de Borbón (1716-1788).

¿Qué tengo de Italia en pro?
¿Qué tengo? ¡Terrible suerte!
Que en ella reina la muerte,
y a la muerte busco yo.
¡Cuánto, Dios, cuánto se engaña
el que elogia mi ardor ciego,
viéndome siempre en el fuego
de esta extranjera campaña!
Llámanme la prez de España, 
y no saben que mi ardor
sólo es falta de valor,
pues busco ansioso el morir
por no osar el resistir
de los astros el furor.
Si el mundo colma de honores
al que mata a su enemigo,
el que lo lleva consigo,
¿por qué no puede...?

El monólogo termina con un aluvión de reproches a todos aquellos admiradores que suscita, ya que asegura que el fruto de su fuerza y coraje, reside en su falta de valor, ya que sólo busca el morir y es por ello que se enfrenta a hazañas arriesgadas. Su monólogo queda en el aire en el momento en el que se pregunta cómo es posible que se colme de honores al que mata a su enemigo. Este final adquiere un tono trágico y suicida, ya que sigue reivindicando que sólo quiere morir al no encontrarse ya entre los vivos su amada.

El sentimiento que desprende en general el monólogo, como ya auguramos al principio con la puesta en escena, es trágico, melancólico y oscuro. Esto es debido a que Don Álvaro no es feliz y se siente impotente ante el destino (que como observamos a lo largo de toda la obra aparece en innumerables ocasiones resaltado en negrita) y utiliza este aparte a modo de desahogo y confidencia con el público para intentar poner en orden sus sentimientos.

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